Es frecuente escuchar quejas por parte de líderes y colaboradores respecto de lo que hacen o no hacen unos y otros. Pero es difícil encontrar líderes que hagan una revisión de cómo se están comunicando y qué impacto tienen sus palabras en la relación con los colaboradores y los resultados.
Lo más próximo es echar la culpa al otro, acusarlo de desinteresado, o de poco comprometido con el trabajo. Con esto no estamos diciendo que en muchos casos no suceda. Pero una vez más afirmamos que somos responsables por lo que nosotros hacemos, no por la conducta del otro.
Por eso, este artículo intenta interpelar o al menos producir, una “auto” escucha de cómo nos comunicamos con otras personas.
Si lo hacemos vamos a caer en la cuenta de que predomina el estilo imperativo y observando un poco más nos daremos cuenta que lo que obtendremos del otro lado será resistencia. La imagen más clara son dos personas tirando de una soga o peor, de un hilo, que más temprano que tarde se corta. Los resultados son malos para la empresa y para el equipo, pero lo peor es no aprender nada de estas experiencias. Seguir pensando que es el otro y que nosotros no pudimos haber hecho nada distinto.
Creer que, decir las cosas en un tono amable, no es imperativo, es el primer error. Se puede y se hace, porque de lo que se trata también es del contenido, no solo la forma. En definitiva, de no dar espacio al otro para expresar su opinión, de no escuchar, de cerrarse a lo nuevo.
Todavía, tenemos una generación de líderes con esta formación, aunque no todos son iguales, pero sí, por cuestiones de formación comparten un estilo bastante similar. Especialmente en las empresas medianas y pequeñas.
Felizmente, las nuevas generaciones, los millennials, ya con otra educación, más inclusiva y participativa se comunican de otra manera. Pero todavía quedan décadas para desaprender del antiguo liderazgo, del que da órdenes, del que excluye, del que no conoce las palabras “gracias” y “por favor”.
Y el comienzo de ese desaprendizaje, es aceptar que lo que decimos genera un efecto en el otro y que muchas veces somos nosotros los causantes del fracaso de un proyecto por la manera en que nos comunicamos. Lo mejor de todo, es que podemos hacernos esta pregunta y si así lo decidimos comenzar un nuevo camino, más próximo al diálogo y al intercambio, que en definitiva es crecer.